A pesar de ser alguien que escribe bastante, tengo pocos libros míos publicados (cuestión que espero superar en los pocos años que me deben quedar de vida). Incluso los pocos que he publicado han sido más bien producto de la entrañable amistad y de la insistencia de amigos muy queridos que me han incitado a organizar mis diversos escritos, dándoles la
estructura de un libro. La mayor parte de ellos han sido publicados en distintos momentos en revistas académicas o como artículos en libros editados por otras personas. Estos amigos (duendes) se han dado además el TRABAJO de leerlos reiteradamente para dar cuenta de las repeticiones de argumentos y de exposición de las ideas y me han sugerido la forma más adecuada de presentación final en un libro.
En esta oportunidad este libro que tiene en sus manos ha sido producto de una invitación que me ha hecho Óscar Useche y la Corporación Universitaria Minuto de Dios, con quienes he podido desarrollar una relación intensa no sólo de tipo intelectual sino también una profunda amistad. Convocada inicialmente en torno a los temas de la paz y de la no violencia -temas tan vigentes y urgentes en un país como Colombia- esta amistad ha sido 1111 punto de partida gracias al cual yo mismo he podido reconocer nuevas dimensiones de mi propia humanidad. Pude así reconocerme en primer lugar como un pacifista. Tal como aquel personaje de la obra de Moliere, el burgués gentilhombre que no sabía que hablaba en prosa, a mí me ha ocurrido que he descubierto que pienso, siento y hablo en no violencia, y esto gracias a mis amigos de las organizaciones que TRABAJAN por la paz en Colombia. Algo de ello había intuido cuando por primera vez escribí algo sobre el tema, hace ya 17 años, cuando dicté una conferencia en Ibagué durante un Encuentro Ideológico de Movimiento Cooperativo Colombiano. He rescatado ese texto y lo he incluido como parte de este libro.
Muy influido por mi propia experiencia, por mi compromiso en los procesos de recuperación de la democracia en Chile y también en otros países de nuestra América Latina, señalo allí que existe continuidad entre la paz y la guerra (violencia) y que en muchos casos nuestras actitudes y acciones “pacíficas” generan el caldo de cultivo para la ausencia de paz, para la violencia y la guerra. Sólo un compromiso manifiesto con la paz nos permite alcanzar los niveles de conciencia para distinguir esas tenues e inocentes contribuciones que todos hacemos a la violencia. De allí la necesaria radicalidad del discurso y de la acción que permitan evitar hacernos cómplices de la destrucción de naturaleza y convivialidad, así como de la sistemática deshumanización a la cual conducen nuestras “civilizadas” prácticas sociales.
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