23 jun 2014

Atlas de Biología – Omega

Una parte muy notable del contenido de este volumen era poco menos que desconocida en la ¿poca en que estudiábamos, no hace aún muchos años. Durante el
bachillerato, nuestros profesores de Ciencias Naturales nos enseñaban aún una biología estática, poblada de descripciones de orga­nismos que a lo sumo veríamos taxidermizados en un musco, o encerrados en jaulas, conservados en formol, o secos entre las hojas de un herbario.
Los laboratorios de Ciencias naturales, en los raros centros en que los había, teman un carácter de gabinete de Historia Natural —¡qué diferencia de matiz entre «Historia natural» y «Biología»!—, en donde la vida pare­cía haberse parado, reduciéndose a colecciones de cráneos, animales dise­cados, insectos en cajas y órganos en formol.
Sólo en raras ocasiones, las diapositivas o las salidas al campo nos per­mitían vislumbrar que detrás del alud de nombres y descripciones que encontrábamos en los libros se escondía algo mucho más sutil e interesante, común a todo aquel residuo del coleccionismo naturalista: el fenómeno vital.
Cuando nuestros mejores profesores nos hablaban de la naturaleza de la vida, de la anatomía celular, de la genética, de la fisiología…, sus pala­bras no solían hacer más que esbozar problemas, que delimitar incógnitas, o apuntar, en el mejor de los casos, hipótesis más o menos complejas.
Decididamente, no compartimos aún en aquella época, el desvelamiento de tantos problemas fundamentales del mecanismo de la vida. Y, sin em­bargo, la Biología se hallaba entonces en pleno apogeo de resultados. Numerosos equipos de científicos, equipados con recientes técnicas de medida y de experimentación, ceñían de cerca los principales puntos oscuros que sólo en parte nos eran presentados como lagunas de conocimiento por nuestros profesores. Eran entonces escasas para ellos las posibilidades de tener acceso a los recientes descubrimientos.
A nuestra entrada en la Universidad, empezamos a encontrar respuesta a algunos de los interrogantes. La información llegaba más fácilmente a una parte de nuestros profesores. Tras el alud de nombres y de descripcio­nes con que se nos sumergió, afloraban en algunas aulas conceptos nuevos, conocimientos de validez más general, datos apoyados en una completa labor experimental y no ya meras suposiciones.

Atlas de Biología – Omega
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