Se dice de la diversidad que es un valor positivo, pero cuando se habla en las escuelas y en los institutos de diversidad es para referirse a los alumnos y a las alumnas que van mal, cuyas diferencias se ven problemáticas, y para pedir una explicación y/o solución que de salida a estas situaciones. La expresión “responder a la diversidad” se ha
convertido en un tópico o, como dice Skliar (2007), en un “tema”, se ha “tematizado”, se ha hecho de la diversidad el eje de un pretendido cambio educativo que llevaría consigo una renovación profunda de las prácticas escolares. ¿Hasta qué punto esto es cierto o hasta qué punto se trata de una nueva forma de hablar?
Skliar desconfía de esta retórica de la diversidad porque la educación no se muestra preocupada por las diferencias, sino más bien por los “diferentes”: Los diferentes obedecen a una construcción y son reflejo de lo que podríamos llamar “diferencialismo” (p. 108). Este proceso lo define como el consistente en separar -en distinguir dentro de la diferencia- algunas categorías de diferentes y hacerlo siempre a partir de una connotación peyorativa, negativa, subalterna.
De tal manera que la cuestión de la diferencia se convierte en la cuestión de los diferentes, y la cuestión de la diversidad en la cuestión de los “diversos”, que son alumnos y alumnas a los que se alude como un problema.
La educación infantil en la escuela de la diversidad
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